¿Meditar con los ojos abiertos o cerrados?
Siempre que nos enseñan a practicar la meditación, lo primero que nos dicen es que cerremos los ojos. De hecho, seguramente, tu imagen mental de una persona meditando es con una postura sentada, con algún gesto en la mano -mudra- y con los ojos cerrados.
Pero, ¿por qué meditamos con los ojos cerrados? La verdad es que la práctica de la meditación se puede trabajar con ojos cerrados, entre abiertos y abiertos del todo.
Antes de decidir cuál es la tuya, debes saber que cuando hablamos de meditación se trata del proceso de llegar a meditar -con técnicas y herramientas que nos acercan al silencio interior-, y no en sí de la acción, pues precisamente, la meditación es la ausencia de toda acción por tu parte. En otras palabras, dejar que tu consciencia se extienda por todo tu cuerpo, sintiendo una expansión en tu interior indescriptible con palabras ni acciones. Lo que llaman, el “silencio que escucha”.
Es por eso que, lo habitual, es practicar con los ojos cerrados, ya que aumenta nuestra capacidad de percepción de los sentidos. Cuando no tenemos nuestra mirada puesta en ningún punto, ni puede moverse de un lado a otro, sino que simplemente puede mirar hacia dentro, se crea un enfoque más directo a la escucha interna. Es más fácil reconocer los pensamientos y emociones que aparecen en ese instante. Al no tener distracciones externas visuales, a tu mente no le queda otra que enfocarse en lo que tiene en este justo momento.
Y eso, nos deriva a la percepción a través del oído. Los ojos cerrados nos otorga una concentración mayor a la hora de escuchar los sonidos que hay a nuestro alrededor en el momento, desde el más sutil a más estridente, haciendo -con la práctica- que se conviertan en parte de un ambiente exterior sin que nos afecte en absoluto a nuestra escucha interna.
Del mismo modo ocurre con el tacto, el olfato y el gusto: nos permite sentir mejor las temperaturas del ambiente, el contacto que haya con la piel, los olores que puedan llegar a tu nariz, e incluso, el sabor -o sequedad- que haya en tu boca.
Entonces, ¿por qué hay gente que medita con los ojos abiertos?
Realmente es una práctica un poco más intensa ya que recae en las distracciones, de ahí a que se comience con los ojos cerrados. El ejercicio de poner tu atención a la escucha interna es el mismo, simplemente que requiere de una concentración más amplia, al tener los estímulos externos del momento como aliados a tu anclaje al presente. Se trata de mantener tu foco en lo que tienes en ese momento, séase los sentidos como comentaba anteriormente o un objeto delante de ti.
Los ojos abiertos nos proporcionan “más datos” del momento en el que estamos, por lo que nos ayuda a poder vivir y sentir el ahora mucho más completo y real. Se trata de una atención plena a todo lo que hay en este preciso instante, ya bien sea en tus minutos del día de meditación -postura sentada- o en actividades cotidianas -que tu cerebro hace sin pensar ni ser consciente de su acción, como levantarte d la cama o lavarte los dientes-, como en actividades más esporádicas y sentidas.
La práctica de “meditar con los ojos abiertos” no es más que volver constantemente a lo que estás haciendo en ese momento, apartando los pensamientos ajenos al presente a un lado (como cuando practicas con los ojos cerrados).
Se podría resumir así: Cultivar una consciencia continua desde la atención plena a todo lo que hay en el momento en el que te encuentras. Y es que, meditar con los ojos abiertos es llegar a la meditación tal y como describíamos al principio del artículo: no encontrar un acción para ello, sino la “no-acción”.
Sin embargo, es difícil que la mente que, la tenemos acostumbrada a pensar en mil pensamientos por cada segundo que pasa, pase a tener solamente las percepciones internas y externas que está viviendo en el instante en el que se encuentra.
¿Por donde empiezo a habituar a mi mente a meditar “con los ojos abiertos”?
Puedes comenzar por herramientas Una de las técnicas más famosas de comenzar esta práctica es sentarte delante de una vela encendida y observar solamente su llama y su evolución al derretirse. Cada vez que la mente se vaya a otro lugar que no sea la observación de la vela, se trata de volver a ver los pequeños y minuciosos cambios que va teniendo la candela. Pero recuerda, ¡no se trata de no parpadear!
Sin embargo, si esta técnica te resulta muy tediosa para ser principiante de esto de meditar con los ojos abiertos, mi consejo es que empieces por acciones rutinarias y repetitivas del día a día, como lavarse los dientes, echarse crema, ducharse, comer o vestirse. Busca una acción y reincide en ella cada día. Si tu elección es estar presente mientras te lavas la cara, cada día pon el foco sólo en eso: La temperatura del agua, la partes que se mojan de mi cara primero, cómo me limpio las legañas, cómo froto con mis manos el rostro y el sentir la toalla al secarme, etc.
Luego, puedes ir aumentando a más acciones conscientes a lo largo de tu día, o hacer una meditación práctica más presente. Mientras estás esperando el autobús, estás en la playa observando, o dando un paseo y poner toda tu atención en lo que hay mientras caminas, en el peso de cada una de tus pisadas, en lo que sientes cuando ves una cosa o escucha otra… Encuentra tu ejercicio práctico desde las acciones simples.
Meditar con los ojos abiertos nos ancla al presente y es un trabajo para volver al Aquí y Ahora de cada inspiración y cada exhalación, haciendo un día de este camino, la permanencia constante.
O, como nos gusta decir aquí, es aprender a Habitar tu Ser.