Si bebes agua durante tu práctica de yoga, deberías leer esto…
Es un gesto tan intrínseco que, a veces, no nos damos ni cuenta. Calentamos el cuerpo, movemos cada parte con esfuerzo y notamos como nuestra temperatura corporal empieza a aumentar y aumentar.
Es entonces, cuando paramos un instante la secuencia de yoga y alargamos el brazo para alcanzar la botella de agua y saciar la sed que nos provoca todo ese movimiento. Pero, ¿se debería beber agua durante la práctica?
Si te paras a recapitular mentalmente recuerdos de yoguis hindúes practicando, ¿recuerdas que se detuvieran a beber?, o incluso, ¿la imagen de una botella de agua a su lado? Eso es porque no estaba.
EFECTIVAMENTE:
En la filosofía del yoga se considera que no hay que ingerir agua -ni otro líquido, claro está- durante la práctica.
Entonces, ¿por qué no puedo hidratarme cuando estoy chorreando gotas de sudor y mi boca está seca como la suela de un zapato?
En el ayurveda, y en el yoga, uno de los focos más importantes que se trabaja es el fuego gástrico interno. Seguro que sabes, de sobra, que el yoga es una búsqueda espiritual que comienza a través del cuerpo físico, el cual está lleno de energía que recorre los nadis -canales- y bandhas -válvulas- que se controla, con el movimiento de los asanas y la respiración para que, así, nuestra concentración se encuentre en la quietud del momento.
Ese fuego gástrico – que en yoga se considera que comienza en la respiración con la inhalación que es caliente y la exhalación que se dice, es más fría- también influye en nuestro prana -la energía vital- que queremos estimular, entonces, ¿por qué apagarlo? Unir esa corriente energética respiratoria, y postural, con tu fuego gástrico aumentará, más, el calor del cuerpo y, por lo tanto, la activación de la energía vital. Cuando eso sucede, las sensaciones pasan de un plano físico al interior, a un plano más espiritual, pues, según la tradición del hatha yoga, se despierta una energía durmiente que nos hace elevarnos a un nivel de consciencia superior al que solemos habitar.
Es como si quisieras encender una hoguera y cuando está avivada, le echas un vaso de agua por encima, ¿dónde ha quedado todo tu esfuerzo para obtener esas llamas y su calor? O cuando estás sudando y abres una ventana para que entre el fresquito y te arriesgas a resfriarte, ¿no buscas esa consecuencia, ¿verdad? Es por eso, que en las tradiciones yóguicas se recomienda no beber agua durante tu práctica -además, es otro factor más de aprender a escuchar y controlar tu cuerpo presente, de ser consciente y practicante de tus tapas*– y mantener, por tanto, tu fuego interno activo para ayudarte a llegar a dicha elevación espiritual.
Y has hablado, de no abrir una ventana también, entonces, ¿qué pasa con la temperatura ambiente?
Del mismo modo pasa con la temperatura exterior en la que practicamos. Al igual que buscamos no apagar el fuego interno que se crea con el esfuerzo de los asanas, la temperatura ambiente también influye en cómo despertamos dicho fuego. Si no lo apagamos por dentro, ¿crees que se debe interferir fuera?
Correcto, tampoco deberíamos interferir en eso. En Occidente tenemos la costumbre de acomodar primero la temperatura de la sala a nuestro gusto, en un estado físico relajado, y luego ponernos a practicar, calentando el cuerpo. En verano, ponemos el aire acondicionado para sentirnos frescos y reducir nuestra transpiración y sudor, las toxinas que, a su vez, queremos sacar de nuestro cuerpo para limpiar y sanarnos; y en invierno, aumentamos el calor con la calefacción, para luego volver a elevar su temperatura, eliminando de más, aquellos líquidos que hemos ingerido para alimentar nuestro cuerpo.
A fin de cuentas, no hay que olvidar que el yoga encuentra una virtud, saber adaptarse a la situación tal y como es sin interferir en ella, en otras palabras, mantenerse igual ante el frío y el calor. Es por ello que, en la India, a la mayoría de los practicantes yoguis los verás practicando al amanecer en verano, o al atardecer del día en invierno, para regular la temperatura en la práctica de manera natural.
Según las tradiciones del hatha yoga, realmente es más importante un espacio bien ventilado, en el que el aire se renueva, siendo esto mucho más sano que una sala cerrada con aire acondicionado mientras practicamos pranayamas o respiramos profundamente en los asanas. Ambas “restricciones”, beber agua y controlar la temperatura ambiente, podrían decirse que son tapas –ascetismo- que, una vez controladas e indiferentes en nosotros, pasan a formar parte de pratyahara*, la abstención de los sentidos, en este caso, del sentido del tacto en el que influye la temperatura, tanto interna como externa.
Sin embargo, puede que te estés preguntando qué sucede entones con la modalidad de yoga bikram -o hot yoga-, conocida precisamente por practicar con altas temperaturas, llegando a los 40 grados en la shala. Lo que acabo de contarte no es la verdad absoluta, sólo es la visión que, durante muchos años de práctica, se considera más adecuada para el yogui. El maestro Bikram explicó que con su fórmula se pretendía conseguir el clima tropical habitual con el que se practica en la India, pues hay que recordar que su método comenzó en Estados Unidos -su primer estudio se abrió en San Francisco en 1972- con una temperatura totalmente diferente. Además, en el hot yoga se defiende la idea de que el cuerpo hace un mayor esfuerzo, sudando más de lo normal y, por tanto, quemando más toxinas.
Los beneficios que aportan ambos tapas
Cuando practicas respetando todas las temperaturas que cambian a lo largo de toda tu práctica, tu cuerpo empieza a experimentar también los beneficios que conlleva:
– La liberación de toxinas. Como ya hemos dicho, con el fuego interno activo estás limpiando tus impurezas, tanto de forma externa, el sudor, como interna, la pereza, la actitud negativa o el victimismo entre otras. Recuerda que, para los yoguis, el fuego es purificador, tanto, que incluso, algunos de ellos consideran que, con la práctica de yoga física, mental y espiritual, están quemando hasta el mal karma.
– Dominación de tu cuerpo físico y de la mente. Al restarle importancia al exterior, nos concentramos en nosotros y en lo que sucede, cada segundo, en nuestro cuerpo y mente. Lo que nos llevaría también al, ya comentado, pratyahara, de saber alejarnos de los sentidos para mantenernos en el camino a la iluminación, en el sí mismo pleno.
– Escucha interna más allá de las peticiones físicas. Siempre estamos recordando que la práctica de yoga es, finalmente, espiritual, por lo que, aprender a escuchar por encima de todas las peticiones que nuestro cuerpo y mente nos piden es aprender a sentir el poder del verdadero Ser y conectar más profundamente contigo.
Peeeeero, ya sabes que, lo que a mí personalmente me gusta del yoga, es que se ha convertido en una disciplina que acepta la elección individual de cada uno -salvo los yoguis más estrictos-, ya que la persona tiene que buscar lo que esté en sintonía consigo en su camino a la búsqueda individual. Lo que te quiero decir es que, si tú estás más cómodo bebiendo agua o poniendo el aire durante tu práctica, no vas a dejar de ser menos yogui por eso. Como todo, son consejos que, tras practicarlos durante muchos años, se han comprobado los beneficios y el aporte que tiene ante la búsqueda espiritual. De ti es la elección de querer probar lo que la tradición del yoga te ofrece, o, mantener algunos de tus propios pasos independientes.
Respira · Observa · Siente
Yogate
*tapas: La ardiente determinación que se necesita para avanzar en el camino yóguico. Tercer elemento de los niyamas del yoga sutra de Patánjali, es sinónimo de ascetismo. Con el tiempo, este término también se ha acuñado a ‘sufrimiento’ o ‘dolor’ entendidos desde la decisión de austeridad.
*pratyahara: la capacidad de abstraerse de los sentidos y de lo externo durante tu práctica de pranayama, asanas y meditación. Quinta rama de las ocho etapas del yoga según los yoga sutras de Patánjali.